Te hablo a ti, Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena, segundo Emperador de México. Te escribo la presente con total confianza y desfachatez, sabiendo que tu silencio será una respuesta lógica a la misiva que envío desde mis pensamientos hasta tu morada. Apelando al olvido del que has sido objeto y a la obligada ignorancia que de ello se desprende.

Te hablo a ti, al marino incontenible, al apasionado por las tierras aun sin descubrir, por la botánica y la geología. Al almirante que por amor a navegó hasta el Brasil –la entonces única monarquía independiente de América–, a bordo de la Fragata Imperial Isabel.

¿Recuerdas? La Fragata Novara, tu nave predilecta, cruzó el Atlántico y sus aguas mantuvieron a flote tus sueños de un México Imperial, incluyente y pacífico. Rodeado de personalidades de tu confianza, entre ellos 17 checos entre los cuales se recuerda al joven Karel Kalina, quien dio testimonio de esta y otras travesías aventuras en su diario.

Te convertiste en un Emperador reformista, pues de acuerdo a tus ideales, todo parte de la “Equidad en la Justicia”. Ya casi nadie recuerda que tú fuiste un promotor activo de la identidad mexicana. A la opinión pública le cuesta creer que fue un extranjero quien “dio el grito de Independencia” por primera vez en Dolores, Hidalgo. El mismo que mandó construir bustos y retratos de los hasta entonces olvidados héroes de la Independencia; el marido de Carlota, la primera organizadora de un desfile conmemorativo un 16 de septiembre. Casi no se menciona la tarde cuando portaste por primera vez un traje que a la fecha es un ícono nacional: el traje de charro.

Tampoco se discute con frecuencia que pertenecías a la orden masónica –al igual que Benito Juárez–, y por ende tus políticas eran tan reformistas y laicas como las de él, tu contrincante político. Así mismo ¿recuerdas cuando desapareciste las tiendas de raya y promulgaste una Ley Agraria para el reparto de tierras? Eso no gustó a los conservadores, los mismos que te habían invitado a gobernar, tampoco a la iglesia católica. ¿Expropiar tierras a las familias acomodadas para repartirlas entre los campesinos? Esos eran temas para 1910, no para tu época.

Las voces del descontento popular cuando fue anunciada tu aprehensión y ejecución en un paredón de fusilamiento, también fueron ahogadas por el olvido y el silencio. Lo inevitable sucedió: Las tropas de Juárez te apresaron y fuiste condenado a muerte. Entonces estabas solo y tuviste que afrontar tu destino, ante un pelotón de fusilamiento o… ¿quizás en el olvido del exilio en El Salvador, bajo un nombre falso?

¿Sería eso posible? ¿Fue el mismo Juárez quien te indultó y te entregó un salvoconducto para vivir exiliado en Centroamérica? De acuerdo con investigaciones recientes, Benito Juárez –tu compañero en la logia masónica– decidió crear un simulacro de tu muerte para acallar las presiones internacionales, por medio de un acuerdo secreto. ¿Entonces eras tú el distinguido Justo Armas, el hombre que vivió hasta los 104 años de edad en El Salvador?

La Historia es un escaparate con sesgos inevitables y a cada quien le corresponde creer, razonar y sacar sus propias conclusiones. A eso agregaría que la sociedad contemporánea gusta de los escándalos y las notas sensacionalistas. Por ello la figura de un Emperador extranjero, semejante a un dictador es más fácil de recordar que un gobernante justo y revolucionario en medio de los intereses de los Estados Unidos y del Imperio de Napoleón III. Lamento informarte que te han juzgado hasta el cansancio, la mayor de las veces en forma negativa.

Mientras tanto, Benito Juárez se vistió de gloria con tu captura y ejecución, al mismo tiempo que recibió el reconocimiento de los Estados Unidos, que reprueban a toda costa la presencia de un monarca europeo, un Habsburgo aliado de Napoleón III, cuyas intenciones se encaminaban a un México próspero y estratégico, que detuviera el crecimiento de su vecino del norte. No lo tomes personal, así es la historia y –si me permites– de vez en cuando vendré a escribirte algunas líneas desde mi país adoptivo: la República Checa.

Escrito por Omar Rodríguez, periodista y guía de Pragueando